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LA CONTRACULTURA DE LAS DROGAS

Casi dos décadas después de la muerte de Pablo Escobar, las autoridades hacen un hallazgo de proporciones históricas. Se trata de un papel encontrado entre cenizas y que contiene el discurso escrito por el célebre capo.

En el documento está el discurso que el narcotraficante tenía previsto pronunciar un día con el que soñaba: su proclamación como Presidente de Colombia. En él, hacía referencia a su principal acto como mandatario: la legalización del consumo de drogas.


Por supuesto, el hecho es imaginario y el autor de ese discurso fantástico es Francisco Thoumi, una de las voces académicas más autorizadas en el mundo en el tema del narcotráfico, quien aceptó el «loco encargo» de la compañía Mapa Teatro de escribir este discurso que da inicio a una obra titulada «El discurso de un hombre decente».

A lo largo de su carrera profesional, Thoumi ha trabajado en la investigación y en el análisis del problema de las drogas ilegales en varias organizaciones: Planeación Nacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano y en Naciones Unidas.

En esta última institución, él trabajó como coordinador del Informe Mundial de Drogas, en el año 2000, una aventura que no terminó como él esperaba porque el documento entregado por él constaba de 360 páginas y el que salió publicado tuvo 170 páginas. Después de conocer esa censura, Thoumi renunció a su cargo.

«Había un acuerdo casi tácito entre Pino Arlacchi (el director) y el general de Estados Unidos, Barry Mc Caffrey (antinarcóticos), para que no se hablara de narcotráfico y no presionar a México. También se censuró todo lo relacionado con el lavado de dinero y las drogas sintéticas», recuerda Thoumi.

El evidente fracaso de la lucha antidroga ha urgido a gobernantes, académicos y sociedad civil a que debatan sobre el asunto con el fin de encontrar una política que afronte la situación actual. ¿Cuál es el camino correcto para combatir y atender de la mejor manera el consumo y la producción de drogas? ¿Prohibición? ¿Legalización? o ¿Despenalización? Esa es la cuestión.

-¿Usted cree que los jóvenes de hoy podrán algún día entrar a un restaurante, pedir un jugo de naranja, unos huevos fritos y terminar su desayuno con un porro de marihuana o una raya de coca? Claro, sin ser encarcelados.

-Parcialmente puede ser cierto y puede que esta persona lo haga en un momento de la vida con marihuana, no con cocaína. Pero déjeme que le diga algo más allá de esa pregunta: el mundo es muy complejo y acá el problema es que ustedes, los periodistas, los intelectuales en Colombia y la gente que ha padecido la violencia asociada al narcotráfico, tienden a considerar que la prohibición es un gran fracaso. Entonces aquí no hay debates ni diálogos, son monólogos de sordos, en el que cada cual expone su posición.

El debate sobre consecuencias es extraordinariamente difícil hacerlo racional. Para interpretar cualquier evidencia todos usamos la cosmovisión que tenemos y muchas veces sentimientos, valores, actitudes o creencias religiosas que creen que el consumo es un pecado y hay que prohibirlo, entonces así es imposible discutirlo.

-¿Y qué hacer ante eso?

-Es necesario domesticar su uso, ¿qué significa esto? Nosotros estamos tomando cafeína que es una droga domesticada, el alcohol y el tabaco también lo son en la cultura occidental, esto significa que las corrientes principales de la sociedad, las dominantes, las usan.

Entonces el lio que tiene la marihuana es que es una droga de la contracultura, y no de la cultura prevalente. Con la cocaína pasa lo mismo. Estas inconsistencias del régimen son las que deben utilizarse para abrir el debate. El régimen de las drogas tiene como principal argumento que las drogas solo pueden tener usos médicos y de investigación científica, que surge como un argumento de autoridad. Esto viene a raíz de que un grupo de sabios, médicos, toxicólogos, penalistas, abogados, criminalistas, blablablabla, se reunieron y concluyeron esto con un argumento de autoridad, no científico.

El debate se debe plantear diciendo: señores de las Naciones Unidas, sus cifras me dicen que el alcohol y el tabaco matan a 8 millones de personas por año en el mundo, mientras que las sobredosis de drogas ilegales matan 100.000 o 150.000 personas. ¿Por qué ustedes no controlan esas drogas? La respuesta es porque están domesticadas en la cultura dominante.
Es decir que se le debe exigir a la ONU que declare ilegal el alcohol o que explique cuáles son los criterios para decir porque una droga se controla o no…

-Exacto. Y ahí, para elaborar esos criterios, podemos hablar de las características de cada una de las drogas. Esto significaría tener tratamientos diferenciados de acuerdo a las características de cada droga porque son comportamientos contrarios que necesitan tratamientos distintos y basados en argumentos científicos modernos y no en los conceptos de esos sabios que se reunieron hace setenta años.

-¿Legalización? ¿Despenalización? ¿Regularización? o ¿Prohibición?, ¿Cuál de estas políticas da mejores resultados?

-Ninguno. Mientras yo no sepa cuáles son los controles sociales yo no puedo decir cuál es el mejor. Todo el mundo dice que la prohibición al alcohol ha sido un gran fracaso; perdóneme pero la prohibición ha sido muy exitosa históricamente en el mundo. Afganistán, Irán, Yemen, Arabia Saudita son países ejemplo de eso. Ahí las estadísticas de muertes por cirrosis, por violencia familiar o accidentes de tráfico por gente borracha, no existen, es muy exitosa. ¿Por qué? Porque viene de un consenso de la religión.

-Hablemos de las consecuencias asociadas a las drogas…

-Cuando se habla de consecuencias, estas son locales y la gente que la expresa, expresa sus quejas, no tiene la concepción global, entonces se arma un lio. Con la violencia, yo digo asociada y no causada, como la mayoría de la gente, pasa eso. Si uno toma Uzbekistán, Kazajistán y estos países de Asia Central, y ve que pasa tanta heroína como la que pasa por México, se pregunta: ¿cuál es la tasa de homicidios en esta zona? 6,6 por cada cien mil habitantes, mientras en México es de 18 y en Colombia es de 33.

-Entonces, ¿Cuál es el problema que tiene Colombia?

-El problema que tiene Colombia es que la sociedad no controla, por eso no podemos decirle al mundo: señores para nosotros es natural producir drogas y la culpa es de ustedes porque crean los incentivos y nosotros no podemos resistirnos. ¿Por qué mientras la cocaína era legal, Colombia no exportó ni una hoja de coca ni un gramo de cocaína? La respuesta es que en Colombia ha sido fácil hacer esto.

Ante esto el mundo nos dice, ustedes insisten en que es natural matarse, cuando hay grandes ganancias ilegales fáciles de obtener, pero eso no es nuestro problema.

-¿Por qué se debe hablar en la próxima cumbre de las Américas sobre la actual política de drogas?

-Está bien que se hable pero lo que pasa es que no se puede hablar mucho y lo que se diga no va a ser importante, por varias razones. Ahí no se puede declarar que se va a legalizar la droga ni nada de esas vainas. Lo que se puede negociar con Estados Unidos es ¿cuánta ayuda van a dar para el fortalecimiento de las comunidades, del sector social? También se podría lograr que los Estados Unidos hagan una declaración diciendo que la reducción de demanda es importante, sería algo así. Esto hay que llevarlo a las Naciones Unidas.

-¿Cómo se llega allá?

-Ningún país de manera individual puede llegar allá, a la Cumbre, a hacer oposición a las drogas. Daniel Ortega ya dijo que son un desastre. Claro, porque si usted es de izquierda y quiere el socialismo no puede tener drogas, jódanse, no hay nada que hacer. Otro país que hará oposición será Chile por que es muy tradicional. Entonces de ahí no va a salir mucho.

-¿Qué es lo que hay que tratar de hacer?

-Lo que se necesita es lograr que un grupo de países se una para que puedan llegar a la ONU en bloque, porque así ningún país tendría temor de que haya consecuencias individuales. A mí me parece que una fórmula es que los países se adhieran a los Estados que apoyaron la solicitud boliviana de legalizar el ‘mambeo’, que son España, Costa Rica, Uruguay, Ecuador, Venezuela, y Portugal que se terminó adhiriendo. Como están las cosas, es probable que México, Colombia, Guatemala posiblemente Honduras y todos los países de Centroamérica se sumen, con excepción de Nicaragua.

Yo creo que va a haber una oportunidad en la Cumbre Iberoamericana, a finales de este año, y no en esta.
Usted ha mantenido correspondencia con el presidente Santos sobre cómo se debe abordar la discusión de las drogas, ¿cuál es su impresión sobre la actitud y el discurso del mandatario?

-Él es un gran político y estoy convencido en que tiene interés de modificar la situación, pero el problema es cómo hacerlo. Es decir uno no gana nada en seguir la recomendación de Antonio Caballero de decir: legalícese y cúmplase. Esto puede ser justo, racional y todo lo que quieras, pero el mundo no es así. Yo respeto a Caballero, a quién no conozco pero una recomendación así no me sirve, el mundo es mucho más complejo.

-Cesar Gaviria señaló recientemente que nosotros (Colombia y Centroamérica) mantenemos una sangrienta guerra para evitar que Estados Unidos tan siquiera hable del tema. ¿Cuál es la responsabilidad de ellos en lo que nos sucede a nosotros?

-Ese es el lío más dramático. Una cosa es que haya asociación y otra es que haya causalidad. Hay algo que me disgusta profundamente de esas posiciones. Yo no puedo alegar que es natural matarnos cuando hay ganancias ilegales. La visión de que Colombia era una virgencita, una sociedad ideal que no había padecido la violencia hasta que llegaron las drogas, es inaceptable. Ese argumento es fascinante porque como nosotros no podemos hacer nada y no vamos a cambiar entonces el mundo tiene que cambiar. Pero ahí el mundo se voltea y nos dice: sabe, ustedes tienen el problema, el mundo no va a cambiar.

Es horrible que Colombia ponga los muertos y es terrible, pero a mí hay algo que me preocupa mucho más y es que nosotros ponemos a los asesinos, que es gente que nace, crece y se reproduce en la sociedad colombiana.

por Jonathan Brock / Fuente: Urgente24

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