Opinion

ADIOS MONICA, ADIOS ROBERTO

7 días. En solo siete días Dios se llevó a las apuradas dos almas tan amadas como necesitadas aún en este mundo.

por Víctor José Del Vento Grela

De facilitarnos Carlos Bianchi, “el celular de Dios”, uno llamaría tranquilamente para preguntarle al Tata grande, para que necesita tanta gente buena cerca, y por que “la contra” no hace lo mismo, y deja que unos cuantos que tienen el pasaje asegurado y asiento al lado de la caldera principal, anden jodiendo al que se le cruza a pesar de los años y los achaques.

¿Por que Mónica y Roberto? Simple la respuesta: por que lo primero que vino a mi mente es la coincidencia de haber nacido ambos en el el sur (Parque Patricios) y por haber transcurrido sus vidas en el sur también: Mónica en Parque Patricios y Mataderos y Roberto en Valentín Alsina y Banfield. Lo otro que surge pronto en ambos casos, es la dignidad con que vivieron y que supieron compartir cada quién en lo suyo.

De la obra de cada uno y de los datos y dimes y diretes que hablen otros. No es este un obituario. Para nada. ¿Que importa cuántos discos vendió uno o cuántos guisos preparó la otra?

En el ‘97 y con seis años de darle de comer a todo el mundo y sin hacer preguntas, Mónica fue premiada como la mujer del año. Durante la foto general, el fotógrafo la llamó tres o cuatro veces, para que no girara la cara. Juanchi Portela (periodista y amigo), escuchó la respuesta de Mónica, -para quién la acompañaba en ese momento-, que le preguntaba por que estaba tan distraída: “lo que pasa es que estaba pensando que mañana va a hacer frio y vamos a tener que hacer un guiso de carne y casi no queda……”

A principios del ‘78 me tocó la colimba y fui a parar al Hospital Aeronáutico Central en Nueva Pompeya (si, a una cuadra y media de mi casa) y el entonces Jefe de Compañía y con varios años en el hospital, -el Zorro Álvarez”-, en un cambio de muebles del “detal” (la oficina), empezó a sacar fotos y viejos libros de guardia y de la compañía, y en el medio del caos se sentó y nos hizo ver a ilustres colimbas que habían pasado por “el H.A.C.”: había jugadores de fútbol, actores, cantantes y Roberto.

La clase ‘45 la hizo durante 1965. Con 20 años Roberto ya era famoso. Había debutado con Pipo Mancera a los 18. El Zorro tenía su T.I.M. (cédula militar) autografiada, 3 o cuatro fotos ajadas, sacadas en la parte trasera del hospital y un recuerdo increíble que muy pocos fuera del hospital conocían: “Cuando estaba de retén o en cana, subía a las salas y les contaba cuentitos a los chicos y les cantaba tangos y valses en voz muy baja a los mayores. Se quedaba horas. Un tipazo.”

Conocí a Mónica no profesionalmente, ya que mi hermana con la frecuencia que dispone el crecimiento de los hijos, le llevaba su ropa, sus juguetes, lo que podía. La primera vez que la acompañé no la vi. Creo que sentí la misma decepción que habrán sentido “las nenas de Roberto” cuando maloneaban su casa en Banfield, para saludarlo cada cumpleaños, pero el no podía salir por sus problemas de salud. Claro que en mi caso las ganas de conocer a Mónica. De verla en acción aunque sea, contrastaban con mi ilógica ansiedad ya que la doña, estaba siempre laburando para “los prójimos”, y mal podía darse el gusto de hacer sociales con cu
riosos como yo. Pero lo entendí después. Y hasta agradecí que no quemara guisos por demagogia.

“Necesito un corazón y dos pulmones que hagan juego y que a la vez me queden bien a mí. Hasta ahora no aparece nada. Por ahí Dios se acuerda de mí, pero yo no le pido nada», es palabra de Roberto.

“Yo no me llamo Mónica. Mi nombre real es Azucena, pero de chica, por lo fea y simpática me decían Monita y de ahí salió el Mónica”, es palabra de “Mónica”

Vivió en la calle desde los nueve años, después de escaparse de un instituto correccional. Ahí la habían internado después de que falleciera su papá. También la separaron de sus diez hermanos y más tarde la vida en la calle, el hambre, la violencia, el encierro y el abuso sexual. Cuando pudo rehacer su vida, entregó todo para asistir a los más necesitados.. Y creció sin haber pisado una escuela. Ese origen de desamparo y humildad la marcó tanto que, cuando tuvo una casa (y una familia), puso todo a disposición de los chicos con hambre del barrio donde vivía: Mataderos. La historia del comedor empezó en los ’90, cuando un grupo de chicos se acercó a su casa, para pedir algo para comer. Ella les hizo unos sánguches y los chicos volvieron al otro día. Para obtener fondos, al principio, armaba flores artificiales con los chicos, que salía a vender por las noches. Cuando los “carasucias” se multiplicaron más que los panes, habilitó primero el comedor en una plaza y luego llegó a hipotecar su casa para alquilar un galpón.
En todos estos años en absoluto silencio y contando con la ayuda del estado en contadas ocasiones y generalmente en épocas electorales, igual se las arregló siempre para dar de comer a los necesitados.

Roberto era el único hijo de Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo, ambos provenientes de familias de antigua presencia en el país. Su abuelo paterno era húngaro, de apellido Popadópulos, quien al migrar hacia España lo cambió al de Rivadullas; a raíz de ello, muchos años después le pondrían de apodo “Gitano”. Cursó sus estudios primarios en la Escuela N.º 3 República de Brasil, en la calle Valentín Alsina 3018, de Valentín Alsina. Su pasión por la música nació desde niño. Como muchos otros adolescentes y preadolescentes latinoamericanos, fue irresistiblemente atraído por Elvis Presley desde sus inicios en 1955-1957 a quien comenzó a imitar en el último año de la escuela primaria. Muchos años después vería el show de su ídolo desde la primera fila del Boston Garden.

Su primera «actuación», que lo marcaría por el resto de su vida, fue el día de la independencia argentina, el 9 de julio de 1957, en el acto de su escuela, cuando su maestra de 6º grado lo invitó a realizar su conocida imitación de Elvis, llevándose los aplausos y la ovación del público asistente. Su actuación le valió el pedido de un “bis” y el destino quizo que a su maestra se le rompiese el disco de pasta y en lugar de repetir la imitación cantó a capella consiguiendo más aplausos que antes. Fue entonces que se despertó su vocación por la actuación musical.Roberto.

A los 13 años fue expulsado del industrial ni bien comenzó a cursarlo y comenzó a trabajar para ayuda a su padre. Su padre tendría para siempre dos trabajos para solventar los gastos de su madre que enfermó muy joven. Roberto trabajó de repartidor de una carnicería, changarín de una droguería y tornero.

En sus tiempos libres se dedicó a la música y sus primeros palotes se los debe a un amigo que tocaba la guitarra, Enrique Irigoytía. Ambos formaron un dúo de voces y guitarras y comenzaron a participar en concursos de canto en los suburbios del sur del Gran Buenos Aires, en los que Roberto hacia un cover del bolero del trío Los Panchos: “Quién será la que me quiera a mí”, del gran Johnny Albino. Inmediatamente lograron un gran reconocimiento y comenzaron a formar varios conjuntos. Del variado repertorio, Roberto se encargaba de cantar los boleros, valses peruanos, pasodobles, tangos y algo de rock and roll, mientras que Irigoytía cantaba las canciones mexicanas, litoraleñas y también rock. Algunos de los nombres de esas primeras bandas fueron El Trío Azul (Roberto Sánchez, Enrique Irigoytía y Agustín Mónaco) y el dúo Los Caribes (Roberto Sánchez y Enrique Irigoytía).

“El hambre es terrible. Vivía en la calle y siempre corriendo para que no me agarrara la Policía y me encerrara de nuevo en el Hogar (el instituto). Estaba en Constitución y hacía un día y medio que no comía. Había un bar viejo, de esos con la ventana a la calle que apoyas el codo sentado en una mesa y te queda afuera. Había un tipo que se había pedido dos sanguches de jamón y queso. El tipo hablaba con el mozo. Estaba de espaldas. Pasé corriendo y me llevé uno. En el apuro me quedó la tapa de abajo en el plato. Corrí. El tipo sali´como un rayo a la calle. Creo que era Salta. Gritó algo que no entendí y enseguida sentí un silbido al lado de la oreja. Se ve que era policía y me tiro un tiro.”, es palabra de “Mónica”

“Yo me nutrí con el rock. Gracias al rock dejé las calles, las navajas y las cadenas, y agarré una guitarra. Dejé la campera de cuero y las pandillas. El rock me salvó. Me salvó de que fuera quizás un delincuente”, es palabra de Roberto.

Una célebre cita dice bien que en la muerte todos nos parecemos.
Mónica, murió a los 63 años, por un cáncer de útero. Guerrera de la fe, le peleó hasta donde pudo la batalla al cáncer.
Recién en las últimas semanas debió abandonar su labor benéfica.
Fue una de las activistas populares más emblemáticas de Argentina. Y como en la muerte todos nos parecemos, ella eligió el mismo “modelo” que su amada Evita.

Roberto encaró la última recta a fondo como cada cosa en su vida. Sabía que la derrota estaba cerca, pero no escatimó esfuerzos ni humores para la causa. Lo que tampoco es casual y que da la dimensión de su temple es que en los peores momentos, -que tuvo varios-, la sensación “térmica” palpable en casi todos nosotros era que salvaría y que volvería a cantar aunque sea con un matafuegos atado a la espalda.

“Justo a mi que me faltó tanto amor, me tocó nacer el día de los enamorados y creo que si hubiera, me moriría el día de los millonarios”, es palabra de “Mónica” (Mónica se nos fue el día de los Santos Inocentes)

“Yo me lo merezco, yo me lo busqué, yo agarré ese maldito cigarrillo. Tuve la bienvenida desgracia de que no me afectaba la voz y entonces seguía para adelante convencido de que no me iba a hacer nada”, es palabra de Roberto.

DOS POESÍAS PARA DOS

para Roberto

UNA MUCHACHA Y UNA GUITARRA
letra y música Sandro

Una muchacha y una guitarra
para poder cantar
esas son cosas que en esta vida
nunca me han de faltar.

Siempre cantando
siempre bailando yo quisiera morir,
dejar el cielo sobre este suelo
en el que yo nací.

No quiero que me lloren
cuando me vaya a la eternidad,
quiero que me recuerden
como a la misma felicidad;
pues yo estaré en el aire,
entre las piedras y el palmar;
estaré entre la arena
y sobre el viento que agita el mar.
Una muchacha y una guitarra
para poder cantar,
esas son cosas que en esta vida
nunca me han de faltar.

No quiero que me lloren
cuando me vaya a la eternidad,
quiero que me recuerden
como a la misma felicidad;
pues yo estaré en el aire,
entre las piedras y el palmar;
estaré entre la arena
y sobre el viento que agita el mar.

para Mónica

REQUIEM DE MADRE
de María Elena Walsh

Aquí yace una pobre mujer
que se murió de cansada.
En su vida no pudo tener
jamás las manos cruzadas.

De este valle de trapo y jabón
me voy como he venido,
sin más suerte que la obligación,
más pago que el olvido.

Aleluya, me mudo a un hogar
donde nada se vuelve a ensuciar.

Nadie me pedirá de comer
en mi última morada
no tendré que planchar ni coser
como condenada.

Cantan ángeles alrededor
de la eterna fregona
y le cambian el repasador
por una corona.

No lloréis a esta pobre mujer
porque se encamina
a un hogar donde no hay que barrer,
donde no hay cocina.

Aleluya esta pobre mujer
bienaventurada,
ya no tiene más nada que hacer
y ya no hace nada.

No perdiste a nadie, el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón.
Facundo Cabral

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